El despertar
Existió hace ya un tiempo, en un lugar entre sierras y bosques lluviosos, una hermandad oscura, de letras prohibidas, de notas macabras, de recetas para enceguecer, para atontar, para convertir humanos en zombis, de conjuros y pactos obscenamente mórbidos que convertían a los pobladores en poseídos, en carentes de voluntad, en ajenos a la realidad, en lunáticos paranoicos, en iletrados, en temerosos. Érase una banda de brujas, cuyos conjuros hechizaban las arcas del reino, los bosques verdes, las cuevas doradas, los lagos azules, los mercados, los campos y a los habitantes de aquel lugar. Allá, trascurrían los sombríos días uno tras otro, como repitiéndose cada uno de ellos sin mostrar variación alguna, casi podía decirse que no se vivían muchos días, sino que se vivían muchas veces el mismo. La multitud había caído en un marasmo de desencanto y desinterés por las situaciones colectivas, querían cada cual ver solo el derecho de su nariz, era toda aquella desilusión y apatía, produc