Extorsionista

De la garganta del Chagüite salió el Chalío, sobre el pedregal polvoso del callejón oía sus botas vaqueras resbalar, no podía correr más rápido.  Atrás,  a diez metros, el que le seguía puso su mano izquierda sobre su costado, le agarró aire del sobreesfuerzo, no estaba acostumbrado a correr y la ira le aceleró el corazón de más.  Era temprano, las luces ya estaban encendidas en los patios y le impregnaban algo de claridad a la penumbra en forma de serpiente que conectaba a La Joya con el Chagüite.
Doña Magda, la vieja chismosa vitalicia del barrio, ahumaba desde su hamaca a la perica medio pelona y vieja con la fumarola de su chacuaco. Oyó la carrera, estiró el cuello, y seguido del cuetazo, vio como el perseguido se desplomó y aterrizó de bruces, sin un reflejo de vida. El tiro fue certero.  Pánico, lástima, terror, deseos de correr, de esconderse, de lanzarse sobre el asesino, todo agolpado en el pensamiento de Doña Magda, en eso reconoció al caído; recordó su cara,  de aquella vez cuando  cuchillo en mano le arrebató la primera cuota. De allí en adelante, el negocio ya no era rentable, nomás generaba para la cuota y para malvivir.
Los sentimientos de compasión se fueron apagando, y en su lugar aparecieron los de liberación y alivio; se recostó en su hamaca de pitas lo suficiente para esquivar la mirada ávida del tirador que buscaba testigos. A ella no le interesaba cantar verdades, sus cadenas se habían roto con la muerte del extorsionista.

Chenier Oliva  ©2015



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