La tristeza del diablo
Estaba el diablo así de pintoresco como lo pintan, en chancletas, mirando al horizonte con las manos en la quijada y los codos sobre el balcón, hallábase finalmente compadecido, tanto, que decidió tomar todo el oro. Viendo a los habitantes de alguna época de aquella esfera mundana. Viendo como la codicia arrasaba con todo, con el afán de acaparar el deslumbrante metal. Quizá le entretenía tanto el desbocado mundo, y encariñado con su juguete favorito temía perderlo. Este era su mundo, su reino, ¿y qué es un rey sin un reino sino un triste personaje?, o quizá en su podrida y oscura alma, una pavesa encendida de bondad hizo el viaje hasta su inflamable temperamento y consiguió que ardiera el fuego de la compasión. Y así al ver a su mascota favorita, el humano, jugando al poderoso, atentando contra su propia existencia, tomó una resolución. Resolvió entonces tomar el oro, cuanto pudo encontrar, derritió todo y con un despliegue de poder sobrenatural, levantó la superficie de la tierra