San Miguel De Los Desamparados

_Allá estaba tirado muchá, le dieron tres plomazos.
De Evaristo Ixcol muchos saben mucho, o por lo menos dicen mucho, y no necesitó más que morirse para que de sus virtudes hablara cuanta gente chismosa dijo conocerlo, o haberlo conocido.

Mal acostumbrados a tanto muerto, no hablan solo de quien, sino de cuantos, y cuando un muerto aparece en el pueblo, la gente habla cuanto se habla de un tema hasta agotarlo, se inventan situaciones, se mencionan a supuestos, se refieren datos, todos reclaman el protagonismo que da conocer ciertos detalles, sean estos ciertos o no.

Cuando llegué a su casa en la noche, pasadas las nueve, la oscurana ennegrecía aún más las paredes tiznadas de la tortillería, una casita de una habitación atestada de curiosos más que de dolientes. Al acercarme se escuchaban los rezos ganando fuerza y se acrecentaba gradualmente el sentir fúnebre de los familiares y allegados. Los indiscretos datos extraoficiales eran dichos por aquellos que carecen de tacto. Pero ya el cuerpo de Evaristo atravesado con tres balazos, había salido hasta en el periódico, que vende por darle a la gente el gráfico alimento de su morbo, fotos de muertos, calificados de delincuencia común. Esa categoría, excusa de negligentes y resignación de indiferentes, tenía su apartado en cada edición.

Pero de las cosas que no saben muchos, hablaban solo los más allegados al ex comisionado del pueblo, un viejo enjuto quien se dice que debe muchos muertos, pero que nunca nadie se atrevió a cobrarle ninguno, que tiene tantos oídos y bocas que voluntariamente, llegan a atiborrarle la casa de chismes y datos verídicos contados de maneras peculiares según el informante.

Allí se oyó que Evaristo llegó hace unos meses al pueblo, nació aquí y después de cumplida su mayoría de edad y el servicio militar, se montó en un bus extraurbano rumbo a la capital, con una cita puesta en la oficina de la compañía de seguridad Gontal, espacio de dos años trabajó como seguridad, anduvo encasquetado en motocicletas con cobradores de una y de otra empresa, se conoció casi toda la ciudad de día y de noche, siempre con una escopeta 12 cruzada en el pecho esperando no tener que usarla, no le gustaban las armas pero le mantenían empleado.

Harto de lidiar con vagos y delincuentes en la capital, se regresó al pueblo, según dicen, ver la foto de “la Jenifer” en las redes sociales, le llamaba más al pueblo, de lo que lo empujaba su tedio lejos de la ciudad.
Al volver, se gastó tres meses en tapiscas y  siembras hasta que un amigo de la infancia le dio aventón en el TucTuc de Don Juan Saculé. _No se gana mucho pero el dolor de espalda es menos al final del día _Le refirió_. Evaristo, vio en el negocio de alquilarle un TucTuc a Don Juan, la oportunidad de dar un ligero paso, con la mira en que un día tendría el suyo.

Tras un par de meses el Evaristo y “la Jenifer” ya compartían ideas de pareja, ideas de las que disuelven autoridades de familia y lenguas de mucha gente, y así, una tras otra, las semanas los vieron rondar callejones oscuros, hasta que Don Hortensio lo mandó llamar con ultimátum de boda. Pasó la boda, se empolvaron en las casas los adornos del Purrún, y ya, tan rápido como corren dos meses, llegó la confirmación del primer trimestre de embarazo, ya para eso, el Evaristo andaba que volaba de callejón en callejón, de barrio en barrio, y de lugar en lugar, guiando un TucTuc para don Juan.

El grupo de choferes, fundó un comité de seguridad, urgido por los impuestos exigidos por los extorsionistas de la región, que según ellos incluía a mareros, varios policías y disque algunos cabezones más, ya pues instalado el comité, el problema tenía una cifra que cubrir, un plazo y una consecuencia dictada.
_ ¡No me dan el dinero a tiempo para el domingo hijos de puta y uno por uno se van ir despidiendo de este mundo! _Esas palabras recitadas con firmeza, eran sentencias a control remoto escuchadas vía teléfono celular.

A todo esto, Evaristo ni tocaba ni cantaba en la fiesta, él no era parte del comité, era un chofer nuevo, con los pelos parados, ahogando sus angustias con cerveza barata, ya al final de cuentas, “la Jenifer” tenía algo de panza, y esa panza, le hacía ignorar las historias de barrio, de extorsión y de pandillas. Al empezar el turno, deslizaba sus dedos por cada una de las chibolitas del rosario, con el que su mujer había rezado por él, por cada chibolita un padre nuestro.

Un grupo de hombres con las bocas espumosas, palos, armas viejas, machetes y piedras, cansados y enfurecidos fueron rodeando a los delincuentes, uno de los homicidas, al ser copado, lanzó su arma cuesta abajo del barranco. Un sinfín de golpes, machetazos y pedradas precedieron a la hoguera. Eran, ante los ojos testigos de algunos, culpables, y tras el cúmulo de golpes, los que no vieron, se convencieron bajo la suplicante confesión a cambio de vivir. El fuego hizo el resto y aceleró la muerte de los sicarios.
Las llamas desdibujaban rasgos humanos poco a poco, los chisporroteos se ahogaban bajo los gritos de furor, hasta que en el suelo quedaron tres armazones prietas de huesos. La policía rodeó a la multitud, tomó unas fotos y colocó la cinta amarilla.

Aquel día, tres balazos provocaron un vendaval de ira, un acto más de ilegítimo ajusticiamiento, un par de meses después de que las amenazas dieran inicio y que los expedientes empezaran a hacer cola de escritorio en escritorio, de sala en sala y de institución a institución, mientras los atormentados clamaban al cielo.
La espera infructuosa, por justicia terrenal o celestial (siendo la una más lenta que la otra), parió un desesperado acto de barbarie y los sentidos abandonaron a los desesperados. Ocurrió en un callejón comunal, cercado por árboles y enredaderas, calzado por un lecho de lodo y charcos semisecos.

Pero en San Miguel De Los Desamparados, un asesinato predecible y evitable, debe seguir el trámite que dura lo que siempre ha durado, y seguirá el curso fijado de una investigación morosa, porque allá, de escritorio a escritorio hay muchas vueltas de reloj… hay muchos porqués y pocas respuestas. De no ser por eso, la gente hoy hablaría menos de los muertos que salen en los periódicos y habría más vivos con defectos que muertos virtuosos.

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