Hace unos meses, un muerto dejó de perseguirme. Me persiguió por cinco estados y dos países. Al principio, se acostaba a mi costado en las noches más oscuras, otras veces besaba mi rostro, hasta que finalmente, tomó mi cuello con violencia. Algunas veces creí escuchar frases, que me resultaban sueltas e incomprehensibles, aturdido por la experiencia, y bajo la carga emocional del miedo, a mi mente le fue imposible generar un panorama que unificara todos los detalles como un todo, el terror me impedía pensar con claridad. Cuando experimentaba aquellas escenas paranormales, durante el día siguiente trataba de olvidar los eventos que traía la noche, con el afán de dejarlas en el olvido, deseando cándidamente que el olvido las enterrara para siempre. Hace unos días, relatando esta historia a alguien, deconstruí los hechos de tal manera, que finalmente creí comprender que un ente esperaba que le ayudara a descansar en paz. La verdad es que tan aventurada conjetura nació de una secuencia de
Confundida, colgada de sus alas, el ave, daba vueltas en el aire en busca de la fuente del hedor. Finalmente planeó hacia una rama de un palo jiote. Al borde del barranco, un zopilote adulto, enderezaba con su pico, algunas de sus plumas desalineadas, mientras con sus juiciosos ojos le observaba, reconociendo una duda en su rostro. Observarle le recordó su etapa temprana, cuando descubrió la respuesta que al parecer precisaba el joven pájaro. Entonces se acercó para compartirle ese algo que las aves aprenden a tal edad. -Ahora sabes, que la carne podrida huele igual que algunas conciencias humanas, poco a poco serás tan hábil como para evitar distraerte y perder tiempo con ese hedor tan parecido. Incrédulo, el joven zopilote, se maravillaba con tal similitud. ¿Quién hubiese creído que las conciencias, al igual que la carne muerta se pudren, y que el hedor confunde a las aves?. Glin Oliva
El águila se posó sobre el cuerpo de la perdiz, que indefensa y devastada ya por sus heridas, veía impotente su sombrío destino acercarse con rapidez. Con altivez, rascaba la agresora, las hebras del destruido nido, que un día tejiera la ahora maltrecha perdiz con afán. El ave rapaz levantó la cabeza, y echó un vistazo satisfecha ante los escombros que dejó a su paso. Arrogante paseó por entre los destrozos, sabida de su poderío. Agazapadas las demás aves y otros animales pequeños, en silencio escuchaban sus propios huesos resonar temblorosos, sintiendo calambres atar sus músculos. Pasivos consintieron, condescendientes el atropello, sin reparar siquiera, que su pánico alimentaba el ego de la cazadora; alineándose sin saber, en la fila de las víctimas potenciales. Tolerando de momento el actuar violento, con la alegría incipiente, de no estar en tan desfavorable situación. Un depredador se aventaja, y el espanto colectivo, como combustible aviva su poderío como la leña aviva el fueg