Cosas de pueblo chiquito

Hay pueblos como aquel, en muchos valles o planicies, pues, por herencia de la colonia, muchos se parecen en los rasgos arquitectónicos de sus plazas. Pudiera ser que por ello, esta descripción con que refiero a un pueblo chiquito, pueda asemejarse a la de muchos, donde haya un parque al que todos dan la vuelta luciendo trajes de dominguear, haciendo quizá sonar el motor de su vehículo, o los tacones importados de su calzado. Los aires de rico llegan a todos lados, así que al pueblo chiquito llegaron también.  
Como muchos, está lleno de ideas, de gente que quiere ver cosas nuevas y de algunos que solamente, ansían su voluntad complacida. 
Plaza, iglesia, mercado, calle principal, todos los rincones, empezaron a ver su espacio reducido, las calles se encogieron, las banquetas pasaron de ser de dos metros de ancho, a medir treinta centímetros. La gente llegaba de los poblados cercanos, y hasta de países distintos hacia aquel pueblito, que por tener indicios de prosperidad invitaba a visitarle, y ya allí, a quedarse. Crecía la población, y cada vez más, a los habitantes les quedaba más pequeño el municipio, el cual comenzó a ensancharse, a desbordar sus límites y dar paso a nuevos barrios, la gente, a pesar de ello, aún se reconocía y relacionaba a cada quien con cada cual al momento de referir alguna noticia o incidente.
Resultó, por esto o por lo otro, electo como alcalde, un personaje del pintoresco lugar; quien como encantador de serpientes, tenía engatusada a media población, mientras la otra mitad, carente de un punto de vista propio, repetía la opinión de la primera. Pueblo feliz, pueblo tranquilo, así fue por un tiempo. Se le ocurrió al jefe edil, como ocurre un chispazo en la oscuridad, que las calles necesitaban un orden y reglamento, iniciaron las dependencias a instalar  señales y establecer sanciones. Para ese entonces, un tercio de la gente, en desacuerdo murmuraba por las esquinas, el segundo tercio de los pobladores alabó la iniciativa, así que el resto como de costumbre secundó el sentir del segundo tercio, repitiendo como loros las alabanzas hacia la idea.
Un día, acorde al plan, se pusieron en marcha los castigos y disposiciones de la ordenanza. Muchos de los no afectados aún, celebraron la disciplina de los encomendados a hacer cumplir el nuevo estatuto, pero poco a poco, cada cual, tan pronto se vio afectado por las multas y nuevas reglas, entró en conflicto con los delegados del nuevo orden dispuesto. Vociferando y pataleando, llegaban en comitivas hacia el ayuntamiento, para entrevistarse con el alcalde y exigirle en favor de su amistad de años, que tal sanción fuera eliminada; así, poco a poco, luego de servir nomás que para crear asperezas entre los afectados y los ejecutores, se fue dejando de lado aquella iniciativa por ser perjudicial para los vecinos. Reinó de nuevo la calma y  se instaló de nuevo el caos, en pro de la fraternidad, se olvidaron de lo impuesto.
Hoy, no faltan voces, que antes de apagarse entre las estrechas calles, plantean como consejos sabios, la posibilidad de que exista una iniciativa que regule tal desbarajuste. Comentan que haría mucho bien, que   alguien hiciera algo; porque, necesario es, que haya control, el pueblo chiquito está creciendo y necesita ley.

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