El niño del cañaveral

Al final del cañaveral divisó un niño, al aproximarse notó que éste lloraba. La bruma matutina del valle, intermitentemente escondía siluetas vegetales, de los primeros rayos solares.
-¿Por qué llorás?- le interrogó.
-Es que no puedo ser quien quiero ser, nadie quiere que haga lo que me gusta, ni que me olvide de las cosas que me parecen menos interesantes, me gusta observarlo todo, dibujar cosas que no existen,  pero me obligan a aprender cosas aburridas, cosas que no me interesan… Quiero ser inventor.
-Nunca dejés de observar, nunca dejés de hacer lo que querés, que nadie te obligue a dejar tus ilusiones, debés seguir tus sueños, hacer lo que te gusta… Es curioso, yo también quería ser inventor.
El niño lloraba ahora más fuerte, y sin decir otra palabra corrió hacia el cañaveral, se internaba con velocidad entre los surcos de caña, llenos de hojas caídas y de insectos. Se preguntó hacia dónde iría, lo siguió, corría tras de él, y mientras más corría aquel parecía ganar más distancia, el cansancio empezó a saturar sus pulmones con la pesadez de la fatiga; muchas dudas nacían en torno aquel pequeño. De pronto, alguien sacudía su cuerpo…
-¡Iván!… ¿Iván, qué pasa?, creo que tenés una pesadilla, despertá, despertá…
Iván abrió sus ojos, y ante él, se desvanecieron las cañas, el niño y las hojas caídas; aparecieron figuras conocidas, sus ojos se humedecieron al ver en la pared, objetos de lo que fue su niñez, de lo que pudo ser su vida, de lo que soñó. Recordó al pequeño del cañaveral, ese chiquillo que le mereció aquellos consejos, al que recomendó luchar por sus sueños, realizar sus metas… le había fallado, Èl era aquel niño del cañaveral. 

Había dejado que su vida fuera dibujada, y direccionada lejos de sus ilusiones, con llanto lamentaba, los años que abandonó a quien realmente era, a quien pudo ser. Entre la bruma y las hojarascas de una visión, con tímidos rayos matutinos, había encontrado a su niño interior. Aquel encuentro señaló la dirección hacia la cual quiso ir hacía mucho, mucho tiempo atrás; ahora, su vida era cómoda, quizá aquel sueño pueril, era solo eso, un sueño de los que se olvidan durante el día. Tembloroso buscó entre cajas olvidadas sus lápices y dibujos. El llanto se borró y apareció una sonrisa, una sonrisa de niño, de niño feliz. 

Glin Oliva





Entradas más populares de este blog

Una fosa y un espanto.

El hedor confunde a las aves.

La muerte emplumada