México a lo largo


Decidí viajar, arriesgaríamos todo incluso la vida, con la esperanza de un futuro nuevo y oportunidades de las que solo se consiguen a miles de kilómetros.
Ese día era la tercera reunión con doña Alba la coordinadora de viajes, estaba próxima la celebración de la Virgen de Guadalupe y para ese entonces si todo iba bien, estaríamos en el Distrito Federal.
Nos pareció que la información dada  era suficiente para replicar el itinerario siguiendo una a una sus recomendaciones, pero solos, era más barato, el plan era más que suficiente, nos ahorraríamos $5,000 dólares. 
Ya habíamos vendido todo, por la tarde nos entregarían la visa en la Embajada de México, no había sido fácil conseguir el visado. 
Entramos temblando de frustración, finalmente nos dieron los pasaportes; la esperanza de que todo iba acorde al plan se mantenía a pesar de lo ocurrido, por la mañana habíamos sido estafados, los criminales ya figuraban en las noticias de la prensa, pagaban con cheques robados y al final, dejaban a la gente sin sus bienes, sin dinero. Se valían de una artimaña aun no remediada por los bancos, obtenían comprobantes de depósito sin especificar que la transacción había sido con cheque y que seguía estando bajo reserva. Los bienes entregados eran irrecuperables, el dinero supuestamente pagado se esfumaba como tusa quemada.  
La venta de los demás objetos completó lo suficiente para atravesar México. Dos días después, cuatro cuarenta y cinco de la mañana, partimos rumbo al paso El Talismán, frontera con Tapachula, el viaje fue largo, y kilómetro a kilómetro, se nos agolparon en la garganta los miedos, las esperanzas y los recuerdos. Dos días duró el viaje hacia el Distrito Federal, viaje ininterrumpido. La dependiente del módulo de información al turista en la central de camiones, mencionó que, para llegar a un área de hospedaje en el centro de la ciudad debíamos tomar un par de trenes en dirección al Zócalo. Andar en tren en México puede ser toda una experiencia, una estampida humana se desataba en cada estación del metro; Fuera del sistema ferroviario, nos encontramos con una manifestación de maestros, decenas de miles de personas gritando al unísono creaban un rugido aterrador. 
Cuatro de la tarde del segundo día de viaje, el empleado del hotel, nos observaba con indiferencia y rutina, seguramente en el curso de los años habría visto cientos de viajeros; y casi podría decirse que pasó por alto el miedo tatuado en nuestro rostro. Anduvimos por allí, La Catedral, El zócalo, calles aledañas, con paradas para comer todo aquello que se come allí en las calles, comida tradicional.
Tercer día, temprano en la mañana, luego de desayunarnos un par de guajolotas de rajas (panes rellenos de tamal), enfilamos hacia la embajada mexicana, de nuevo el ir y venir en el metro y un par de peseros (microbuses); La decisión fue favorable, la visa de turista peregrino se extendió para visitar a la Virgen de Guadalupe y atender las celebraciones por una semana más. Eso, nos daría tiempo de llegar a la frontera Norte, justo en el estado de Tamaulipas, solo había un detalle, la visa tenía como destino explícito el Distrito Federal y viajar fuera de sus límites, generaba la posibilidad de ser detenidos por la policía de caminos, quizá ser extorsionados o deportados.
Hasta ese momento no lo sabíamos, pero hay entre Guatemala y la frontera Norte de México, muchos más retenes que en EEUU. Lo más difícil era el territorio mejicano. El plan de doña Alba debía seguirse al pie de la letra: Viajar por la tarde para pasar los tramos carreteros más controlados de noche, con traje de vestir y actitud severa, esconder bien el miedo y disimular con calma ante la  la policía de caminos o de inmigración. Así lo hicimos, con ropas de vestir y disimulo logramos eludir varios retenes, y en la noche, los oficiales simplemente iluminaban pasajeros al azar y descendían rápidamente del autobús. La sierra era un lugar peligroso, los vehículos se tambaleaban por las corrientes aéreas que sacudieron y volcaron a varios durante la jornada.
Medio día del quinto de viaje, ya en Tamaulipas, intentar registrarnos en un hotel, despertó notablemente sospechas de ser inmigrantes ilegales en el personal que no disimulaba en absoluto, decidimos no instalarnos allí, sino que adelantar el plan un día y llamar al coyote quien nos ayudaría con el brinco al Norte. Habíamos recorrido México de punta a punta, era hora de reunirnos con los traficantes de personas, eso iba a ser la parte más arriesgada, pensarlo era nada comparado con lo que en realidad significaba.



Chenier Oliva
©2019 

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