La pócima, un cuento inconcluso…


Muchos tenían ya en su organismo parte de la amenaza, envuelta en un manto verde fluorescente que la ataba. Esto permitiría a sus cuerpos estudiarla y asimilarla, fortaleciéndoles para cuando otra de ellas les atacara. 

El hechicero les había brindado una pócima a manera de favor para que sobrevivieran a la peste que castigaba a la comarca a cambio de unas monedas de oro. Hacía unos días, un mago lector de espejos llamado Diafanobi, les había compartido información de rumbos lejanos, sospechas de que aquel hechicero había liberado una oleada de amenazas, para ofrecer como falso bienhechor, la esperanza liberadora a cambio de unas piezas de valioso metal.

Yaopin, el hechicero, cuyo rostro inexpresivo escondía su oscura maldad, traía a este lejano mundo un halo de esperanza al cual era imposible rehusarse, hasta los más testarudos doblegaban su voluntad ante la mortandad, a pesar de la desconfianza, veían en el brebaje, una salida a tan mortal embate.

Quienes tomaran la pócima, debían declarar a Yaopin como salvador y aceptar las consecuencias dado la tolerancia de sus cuerpos, algunos sucumbían a los efectos adversos, era un riesgo que debía aceptarse sin considerar siquiera al hechicero como responsable.

La muerte venía envuelta en una bruma de miedo, y ese miedo hacía su trabajo formidablemente convenciendo  incrédulos, todos los habitantes del reino empezaron a comprar la cura arrojando puñados de piezas de oro, sin importar el precio, ya que era vista como la única alternativa para librar los negros tentáculos de la muerte; Todo aquel que dudara en pagar el precio, era persuadido de vender sus más preciados bienes para adquirir la tan codiciada fórmula que aseguraba la salud de la población.

Yaopin era en realidad un personaje despreciable, había ideado todo, pero el reino se hallaba en un torbellino de miedo. La muchedumbre envuelta en una histeria colectiva, no hablaba de otra cosa que no fuera el brebaje.

Diafanobi, que conocía la fama y maldad de Yaopin, le despreciaba por su alta mezquindad, sabía de lo que era capaz y comprendía lo que éste hacía con aquel reino, esto le entristecía tanto; Aquellos que le escuchaban relatar la verdad, se hallaban a merced de la maldad y la avaricia de Yaopin, que ponía precio a la vida, bamboleando en sus manos jarras de la pócima salvadora. 

Las palabras de Diafanobi eran ciertas, sin embargo, todos temían al poder del oscuro brujo, y ante la posibilidad de enfurecerle, callaban, haciendo ofertas como la mayoría, dominados por el miedo, con la esperanza de que sus vidas fueran otra vez las de antes. Viendo con melancolía los tiempos donde Yaopin era solo un tímido aprendiz de hechicero, planeando lo que para ese entonces era solo una oscura fantasía.



Glin Oliva

 


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