Al Güicho se le apareció la Llorona en el Orotapa.

Como era viernes y el cuerpo de Güicho lo sabía... salió del chance con rumbo automático hacia el punto de reunión de todos los viernes, ya no era soltero pero las costumbres no se dejan de un día pa otro, así que iba pensando, que es mejor pedir perdón que permiso, a la mujer seguro se le pasaba el enojo de la noche a la mañana.

Como todos los amigos eran algo coches pal guaro, después de doce rondas, diez platos de nachos y dos de chicharrones, se fue en la parrilla como tercer ocupante de la moto del Carechucho, que aunque imprudente y loco pa la manejada seguía vivo después de varios accidentes por andar bolo y en moto (pésima combinación), pero como fuera, le dio jalón pa la casa y allá iban, ya bien alegres, soltando los eructos del mix de nachos, chicharrones y guaro.

Como el Carechucho iba algo preciso, lo dejó en la bajada del colegio, justo a cien metros del riachuelo, que como era invierno tenía un poquito de corriente y una que otra poza con ranas, pupos y tepocates. El Güicho se había caído por que le pegó el aire frio justo al bajar al puente, le pegó todo el efecto del guaro de un solo. Y queriéndose agarrar de algo, fue a dar al suelo. Sentado estaba, cuando sintió las lamidas de un perro que apiadándose de él lo andaba reanimando, más por el olor a comida y los restos del vómito que había soltado sobre las aguas del Orotapa, y en esas andaba el perrito, cuando el Güicho se lo espantó de un manotazo, pero antes, las babas del perro le habían quedado hasta en los ojos.

Siguió trastabillando el camino, había con esfuerzo bajado, pasado el puente, y ahora yendo cuesta arriba, caminaba y pausaba, caminaba y pausaba y en cada esfuerzo de avance y equilibrio, caminaba de diez en diez pasos, ya casi llegaba a la puerta de la casa, y de cerquita, oía que una voz le hablaba, pero bajito, como cuando alguien le habla a uno sin dar lugar a que otro oiga...

-Vení-, le decía la vocecita, media chiviadita, como quien lo invita a uno a escondidas a algo -miráme-, le rogaba, y el Güicho, empezó a sentir un escalofrío de la cabeza hasta el carcañal, con retorcijón y todo, envalentonado por el guaro, se volteó a ver que era lo que la dueña de aquella voz quería. (Dicen que el que se unta saliva de chucho en los ojos mira espantos, y a Güicho lo había lamido un perro, y sin querer, le había abierto los ojos al mas allá).

-¡Ah, mi huevo!-, dijo el Güicho, pelando más los ojos, como queriendo ver bien algo de lo que no estaba muy seguro. Se agarró del cerco de chaya que dividía la calle y el patio de su casa, estaba ya a diez metros de la puerta y con la llave en la mano. (Un día me dijo un señor que "No hay mejor cura pa la soca que un ahuevón", yo no le creí del todo hasta que me lo confirmó el Güicho). Dice que, difícil le resultó llegar hasta donde estaba, pero que no sintió aquioras estaba ya adentro de la casa, viendo aquella aparición detrás del cerco.

Dice que era una fulana vestida de blanco, y que le cambió la cara de amable a encachimbada al ver que Güicho más que hacerle caso le huía, que del suave "vení", pasó a un alarido tan terrible que le heló la sangre y le aflojó las ganas que ya llevaba de ir al baño, entró directo a la regadera, meado y cagado, y de no ser por esas confesiones que hace la gente ya bola (dicen porai, que los bolos y los niños siempre dicen la verdad), de no ser por eso, tal vez ni se hubiera animado a contar nada, más sabiendo que la gente no muy cree esas historias, pero hasta lo juró. Yo la verdad, no muy le creo, pero la gente dice, que por allí en el Orotapa sale la llorona.


Glin Oliva



*Versión audible

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