Se le subió el muerto a la moto

Ya pasadas las doce, salió Victor del centro de Salamá, trabajaba de mesero en un restaurante, rodeaba por el parque, hacía una mueca de medio santiguarse frente a la iglesia y jalaba el acelerador mientras veía uno que otro transeúnte por los alrededores. En medio del manto de la noche veía los puentes La Libertad y El de Tablas, más adelante, en su camino aparecía la Escuela Federal, llena de recuerdos de infancia.

Así iba dejando atrás el pueblo, rasgando las sombras del paisaje nocturno, con la luz del farol de su vehículo. Ya por el puente Salamá, pasó por el punto más sombrío,  cerca de un gran  árbol de amate, estaba oscuro a más no poder, como cualquier noche sin luna, y los árboles con su fronda, teñían aún mas el suelo de penumbra con las sombras de sus copas.

Entrando al puente estaba, cuando sintió como si alguien más viajara en la moto, sin que los amortiguadores se comprimieran o la máquina disminuyera ni levemente la velocidad  de la marcha, sintió frío en la espalda, y un olor a flores impregnó el ambiente,  un olor triste y floral, como a velorio. Miró de reojo el retrovisor derecho, y la impresión de lo que vio, le hizo casi perder el control. Una figura, corvándose hacia abajo, escondiéndose de su vista justo tras de él.

El cuerpo se le aguadó del susto, sus manos temblorosas luchaban por mantener el timón con firmeza, quitó los pies de los estribos, buscando guardar el equilibrio. Iba a unos 100 kilómetros por hora; siempre atizaba su máquina en aquel punto, cuando el tráfico era escaso, esa  era la parte divertida del trayecto, pero esa vez, sintió los bellos de los brazos erizarse uno a uno, movía la espalda como queriendo comprobar si alguien viajaba junto a él en la moto.

No comprendía como alguien podría haberse subido a tal velocidad, ¿Quién, o qué que viajaba con él?. Liberó un poco el acelerador para ir recobrando el balance, mientras se alejaba del puente,  la amarillenta luz le anunció el cruce entre San Juan y La Estancia, empezó a recobrar la serenidad y volvió a colocar sus pies sobre la moto, retomó la aceleración y su caballo de acero ganó velocidad,  el frío de la espalda empezó a disiparse, ya no veía la oscura figura encorvada por el espejo.  Y suavemente el olor a flores se fue esfumando con el aire.

Doña Clarita le contó,  que en ese puente, hacía exactamente un año se estrelló un motorista y calló al fondo del río, venía de ver a su novia ya bien tarde. 

-Seguro se le subió el muerto a la moto, no es que se lo haya querido llevar, pero cuando la gente se asusta, se cae y se muere como el difunto de hace un año-,  le dijo. -Hay espantos que andan porai en pena.

Aquella noche, con dificultad se mantuvo  sereno y conservó  el equilibrio, como pudo siguió su camino. Ahora cada que pasa por ahí,  acaricia la cruz que cuelga de su cuello, y esquiva la sombra del palo de amate. 


Glin Oliva


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