Clarita va a la playa

En el centro del país, entre sierras y ríos, queda el pueblo donde Clarita vive. Muchas especies de pájaros cantan en los árboles de esa verde región: Quetzales, pericas, sanates, loros, guardabarrancos, gorriones, chejes. Por sierras y valles paseaba Clarita a través de muchos paisajes distintos. 

Un día, en un libro, encontró algo diferente, una “Playa”. Fascinada con la fauna marina, la arena y la inmensidad del mar, pidió a su abuelo la llevara de paseo a la playa más cercana. 

Había desde allí, casi la misma distancia hacia el océano Atlántico que hacia el océano Pacífico. Decidieron junto al abuelo, ir hacia el Pacífico, donde vería por vez primera, a las gaviotas, los cangrejos, los peces, nadaría en agua salada y conocería muchas otras cosas.

En su viaje hacia el mar, pasó por la capital, llena de edificios enormes y recorrida por vehículos que como hormigas alborotadas, viajaban hacia lugares distintos a un ritmo acelerado. Lejos ya de la ciudad, experimentó poco a poco, como la temperatura se elevaba, la humedad se hacía mayor y la brisa impregnaba el ambiente con olores novedosos.

Finalmente a cientos de kilómetros, las imágenes en aquel libro parecían cobrar vida, habían llegado al océano, la playa se extendía enmarcando una vasta cantidad de agua salada,  ante sus ojos estaba el mar. 

Caminó por la mojada arena imprimiendo sus huellas en ella, persiguió cangrejos que huían como jugando al escondite, en el cielo, las gaviotas grazbnaban y flotaban sobre las corrientes aéreas, los peces nadaban por los contornos arenosos, el agua se mecía en interminables olas con bordes espumosos.

El abuelo le mostró el horizonte de agua, por donde el sol habría de ponerse horas más tarde, para marcar el final del día.  A la hora del almuerzo, en su plato encontró una mojarra,  había comido varias antes, pero ahora comprendía de dónde venían, el mar daba alimento a los pobladores de aquel lugar y a muchos otros de distintos destinos. 

Jugando, construyó pirámides mayas con arena y de arena se cubrió por completo como una momia, sobre la playa escribió su nombre mientras pedía un deseo, el agua  lo guardó en el interior del inmenso mar. El sol surcó el cielo, viniendo del Este hacia su destino nocturno en el Oeste, mientras ellos en el Sur, habían llegado de la región Norte.  Así le explicó su  abuelo,  así aprendió sobre los puntos cardinales. 

Al volver llevó con ella conchas de mar para sus amigos, a quienes narró las experiencias del océano, habló sobre criaturas marinas y el lugar donde el sol se esconde cada atardecer.


Fin


Glin Oliva 







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