Un pescado que volvió a ser pez

Tras caer  a las frías aguas obtuvo una segunda oportunidad, mientras nadaba, volteó hacia arriba, frente a sus ojos una ondulante silueta se proponía preparar de nuevo la carnada, se alejaba y se desvanecía el ser que le pescara. Con la boca rasgada por el filo del anzuelo y sabor a sangre, abandonaba con prisa la escena. Se contaba ahora, entre los pocos que habían logrado escapar de un gancho de metal, entre los pocos que tras estar al borde de la asfixia, nadaban con una historia increíble en sus haberes, seguía nadando mientras escuchaba la casi diluida voz del pescador que recitaba: -Aún no ha llegado tu hora.
Desde aquel afortunado episodio, se había vuelto más hábil, más ágil, más precavido. Nunca supo la diferencia exacta entre temer y ser precavido, su abuelo decía que el miedo es un gran aliado, que al experimentar el miedo nos fijamos límites y estamos alertas, que ser precavido tiene algo de miedo y algo de audacia, porque nos lleva a dominar la situación y prepararnos para las eventualidades.
El agua estaba turbia ese día, las corrientes que bajaban producto de las lluvias estaban ya casi perdiendo fuerza, la visibilidad era poca. Sintió de pronto vivir una reminiscencia, al ver aquella figura conocida frente a él, luego de tanto tiempo, se sobresaltó tanto que no le fue posible accionar, pero no era necesario, al flotar, aquella era en apariencia solo una figura inerte, los bolsillos mostraban tiras de carnadas listas para reemplazar en cualquier momento a la anterior, sus ropas liberaban trozos de lodo y porciones de tierra de las orillas del rio. La desventura que ronda por todas partes, había lanzado el anzuelo capturando una presa, y sería un pez quien la liberara.
Abruptamente la silueta pareció despertar de su inconciencia y mostraba un semblante de angustia, desesperadamente nadaba hacia lo profundo, trataba a la vez de tomar aire, y al abrir su boca solo conseguía tragar agua mientras sus ojos, dejaban ver el terror de cuando se ve de cerca el final.
Reconoció entonces la vivencia, la sensación, el terror, la frenética lucha que un ser emprende cuando se siente perdido. Las manos que le colocaran de vuelta en las aguas, eran las mismas que hoy trataban de rasgar al manto acuático para liberarse, era testigo de la misma situación de cuando se convirtió en pescado para luego volver a ser pez,  esa vivencia, estaba plasmada en el semblante inquieto y los gestos de zozobra. El pescador había resbalado, en la caída, su cabeza se encontró de golpe con las duras raíces de un árbol de manzanarosas, y el golpe lo dejó inconsciente, ahora nadaba hacia un costado creyendo hacerlo hacia arriba. Un año había transcurrido de su encuentro con aquel pez pequeño y lánguido al cual decidió devolver a las aguas y darle la oportunidad de vivir un poco más. Muchas cosas suceden por consecuencia, generamos efectos que son causados por nuestras acciones, algunas de esas cosas, nos favorecerán. En los últimos segundos de conciencia, sus ojos se encontraron con un pez, que nadando en la misma dirección que él, liberaba ligeras burbujas, estas al ir hacia arriba, le mostraron la salida a la superficie, y mientras el pescador se libraba del anzuelo del infortunio, el pez se alejaba recordando el viejo susurro del pescador que recitaba: -Aún no ha llegado tu hora.


Chenier Oliva © 2016

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