La bola anti bullying

[Un cuento sobre como lidiar con el acoso escolar]


Cuando el más grande de los estudiantes grandes alcanzó sexto grado, habría de ser despojado de su tiranía. El timbre gritó el inicio de la jornada y un tropel de niños inundó los pasillos. Toro pasó frente al grupo de estudiantes que aguardaba a que los salones fueran abiertos. El pasillo estaba lleno de sonrisas, semblantes de resignación, peinados brillantes, bolsones nuevos y bolsones remendados, libros en las manos, zapatos nuevos y zapatos raspados, pantalones grises nuevos y pantalones grises gastados, voces, miradas de amistad y miradas curiosas.

Finalmente Toro llegó al inicio de la fila y todos se empujaron en secuencia como piezas alineadas de dominó un espacio hacia atrás, ahora el primero de la cola era  Toro.
La maestra alcanzó la puerta a las ocho con dos minutos, saludando y recibiendo una ola de buenosdías en respuesta.
Justo después de ver a la maestra entrar al salón de clases, Toro dio un pisotón hacia atrás sobre los dedos de Meme, el quejido casi sordo de Meme le dibujó a Toro una sonrisa, haciéndole sentir poderoso y reforzando en el resto su autoridad tirana.

Meme, había alcanzado el límite de su tolerancia y en un arrebato,  realizó lo impensable para todos. Con la punta de su pié golpeó el talón de Toro mientras entraba en el salón, haciéndole tropezar y caer sobre el piso frío de cuadros blancos y  negros. De un salto éste se incorporó dispuesto a cobrárselas con el puño sobre Meme, la maestra interrumpió su acción con un grito y ordenó a todos ocupar su lugar;  en un silencio fúnebre todos miraban a Meme como quien ve un insecto golpear la tela de araña, mientras la araña se frota las patas delanteras en camino de recolectar su almuerzo. Meme entendió el seguido ademan de Toro como una sentencia grave; tan grave que las cinco horas de la jornada matutina le resultaron un segundo, hubiese querido que el día que se arruinara el timbre fuera ese y que se postergara la hora de salida por años en lo que Toro olvidaba el asunto, pero eso obviamente no iba a ocurrir.

En cinco segundos el timbre habría de sonar y Toro  encaminaría sus pasos hacia la esquina a la que todos se referían como el matadero. Todos, cada día pasaban por aquel lugar que había atestiguado como el sufrimiento psicológico se tornaba físico, por obra de los verdugos, por una u otra razón; hoy era el turno de Meme.

Al doblar la esquina, la pesada estampa de Toro se lanzó sobre él para cobrarle el atrevimiento de derribarle esa mañana. Meme cerró los ojos y al sentir las manos de Toro en su cuello, sintió también a pesar del miedo, como su cuerpo era recorrido por un impulso incontenible y espontáneo, casi mecánicamente sus brazos se extendieron con toda su energía, empujando a su agresor lejos de él. Era el instinto del niño más pequeño del salón, la reacción atrajo a un enjambre de alumnos, como las feromonas de una abeja atrae al resto en plan de ataque.

Superado ampliamente en número, Toro emprendió la retirada. El acontecimiento crecía, alternado con un coro de risas y gritos de júbilo al ver los pasos apresurados de Toro alejándose de la bola de estudiantes, ahora con semblantes alegres, peinados menos brillantes, bolsones nuevos y bolsones remendados, libros en las manos, zapatos nuevos y zapatos raspados, pantalones grises nuevos y pantalones grises gastados, voces de euforia, miradas de victoria y alegría.

El grupo que dio paso a Toro esa mañana hacia el primer lugar de la fila, había mutado en una bola de alumnos que le veía fugarse con temor.  Nadie por si solo había podido poner fin a los abusos, pero ahora en conjunto habían puesto fin a una cadena de tormentos, ese día, en ese momento, un ciclo se había cerrado.
Los niños habían aprendido que la unión hace la fuerza y que juntos podían lidiar con los problemas. De allí en adelante la bola protegía a todos, hasta que todos se unieron a la bola para terminar con el bullying en aquella escuela. La bola era más poderosa que cualquier cosa, la bola eran todos unidos en favor de sí mismos. Así nació la bola de la escuela.


Por:  Glin Oliva



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