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El hedor confunde a las aves.

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Confundida, colgada de sus alas, el ave, daba vueltas en el aire en busca de la fuente del hedor. Finalmente planeó hacia una rama de un palo jiote.  Al borde del barranco, un zopilote adulto, enderezaba con su pico, algunas de sus plumas desalineadas, mientras con sus juiciosos ojos le observaba, reconociendo una duda en su rostro. Observarle le recordó su etapa temprana, cuando descubrió la respuesta que al parecer precisaba el joven pájaro. Entonces se acercó para compartirle ese algo que las aves aprenden a tal edad. -Ahora sabes, que la carne podrida huele igual que algunas conciencias humanas, poco a poco serás  tan hábil como para evitar distraerte y perder tiempo con ese hedor tan parecido. Incrédulo, el joven zopilote, se maravillaba con tal similitud. ¿Quién hubiese creído que las conciencias, al igual que la carne muerta se pudren, y que el hedor confunde a las aves?. Glin Oliva 

La felicidad no existe...¡constrúyela!

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Mientras dormía, a un hombre se le confrontó con la idea de que la felicidad no existe. P or lo menos no, como muchos la imaginamos. En contraparte, estaba la posibilidad de que la misma pueda ser alcanzada, a diferencia de ser algo espontáneo; perfilándose más como una construcción consciente de situaciones. Que, contendía a la fantasiosa idea de ser feliz, sin contemplar protagonismo alguno. Según su interlocutor, verla como una construcción, abre la posibilidad de que esta pueda ser experimentada de manera más frecuente; y que ser feliz  es posible a capricho.  Durante aquel sueño, interactuó, con una aparición onírica, que intentaba reemplazar, la idea antigua de la felicidad basada en el azar, con el producto de eventos y condiciones  generadoras de bienestar; que atendidas, nos posibilitarán gozar el resultado de nuestras acciones. En el sueño, se visualizó sentado en un paisaje extraño, con luz tenue y plantas de aspecto diferente a las de su entorno habitual, por un instante, i

El despertar, liberación de un reino hechizado

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Existió hace ya un tiempo una hermandad oscura, de recetas para enceguecer, para atontar, para convertir humanos en zombis, de conjuros y pactos mórbidos que tornaban a los pobladores, en carentes de voluntad, en ajenos a la realidad, en lunáticos paranoicos, en temerosos.  Érase una banda de brujas, cuyos conjuros hechizaban las arcas del reino, los bosques verdes, las cuevas doradas, los lagos azules, los mercados, los campos y a los habitantes de aquel lugar.  Allá, trascurrían los sombríos días uno tras otro, como repitiéndose cada uno de ellos, casi podía decirse que no se vivían muchos días, sino que se vivían muchas veces el mismo. La multitud había caído en desinterés por las situaciones colectivas, querían cada cual ver solo el derecho de su nariz, era toda aquella desilusión y apatía, producto de los pesados hechizos.  El abrumador efecto del embrujo, terminó por desesperar hasta al más paciente, así como no se ha visto nunca un mal que dure cien años, este mal estaba por

El sapito claustrofóbico

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En una calle llena de jacarandas, una mañana de invierno, dos anfibios dialogan sobre el clima, se oía el cantar de las aves, se sentía el vientos bajar de la sierra, trayendo aroma de bosque nuboso. Hablaba la madre sapo a su hijo sapito, mientras se disponía instruirle nuevamente, sobre el arte de la estivación, el cual trata de la habilidad de sobrevivir bajo tierra por períodos largos durante el verano, para luego, emerger con la lluvia durante la época invernal; un conjunto de secretos llevados a la práctica en condiciones extremas. Notó la madre que su bebe sapito, tenía un gesto descompuesto en su rostro marrón. Así que interrogó a su pequeño al respecto. El sapito respondió con un par de rodeos, hasta que se atrevió a decir: -Madre, lo he intentado brevemente, como me haz enseñado en los días pasados, pero siento miedo a permanecer bajo tierra. -¿Cómo? -Interrumpió la madre con una sonrisa de incredulidad. -¿Mi hijo es acaso, claustrofóbico?. -¿Que es claustrofóbico madre? -Pre

Clarita va a la playa

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En el centro del país, entre sierras y ríos, queda el pueblo donde Clarita vive. Muchas especies de pájaros cantan en los árboles de esa verde región: Quetzales, pericas, sanates, loros, guardabarrancos, gorriones, chejes. Por sierras y valles paseaba Clarita a través de muchos paisajes distintos.  Un día, en un libro, encontró algo diferente, una “Playa”. Fascinada con la fauna marina, la arena y la inmensidad del mar, pidió a su abuelo la llevara de paseo a la playa más cercana.  Había desde allí, casi la misma distancia hacia el océano Atlántico que hacia el océano Pacífico. Decidieron junto al abuelo, ir hacia el Pacífico, donde vería por vez primera, a las gaviotas, los cangrejos, los peces, nadaría en agua salada y conocería muchas otras cosas. En su viaje hacia el mar, pasó por la capital, llena de edificios enormes y recorrida por vehículos que como hormigas alborotadas, viajaban hacia lugares distintos a un ritmo acelerado. Lejos ya de la ciudad, experimentó poco a poco, como

La araña

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A una araña, que habitaba en un rosal plantado dentro de una maceta, como un pequeño hábitat verde y frondoso, le parecía esto, un gran dominio; y juzgaba todo acorde a su percepción del mismo. Un día,  llevada por el viento, voló lejos, suspendida por el levitar electrostático de sus hilos de seda. Así, llegó  por casualidad a una arboleda; maravillada por la abundancia de otras especies vegetales y las dimensiones de los espacios extraños, estimó entonces a su antiguo mundo como pequeño, como pequeñas le parecieron las ideas que del mismo provenían; que hasta ese entonces eran para ella verdades absolutas. Allí, frente a la inmensidad novedosa, dejó caer sus viejas convicciones, abrió ampliamente los ojos y de igual manera dispuso su mente, para dar cabida a la nueva realidad.  Se sintió pequeña ante un escenario de tales dimensiones y el cambio le llevó a  especular sobre un panorama todavía más grande, mucho mas que su vieja maceta, más grande incluso que el  bosque aquel. Pensó en

Acelerando

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Fue durante un atardecer lluvioso y nublado, que escuché por vez primera hablar sobre los viajeros, que iban por distintas épocas de la existencia. El relator de aquellas historias, que de momento me parecieron tan fascinantes, era nada más y nada menos que un anciano, el cual se hallaba interno en el hospital donde yo trabajaba como enfermero, un hospital de locos, y, por ello no podía tomar con seriedad tales afirmaciones viniendo de un paciente de aquel lugar. El caso era que: el anciano que por nombre tenia el de Benjamín, relataba aquellas historias con tal seriedad y emoción que daban la impresión de ser reales. El jefe de los enfermeros, me alejaba de aquel anciano cada vez que se percataba de nuestras charlas, que con el correr del tiempo se habían hecho cada vez más frecuentes. Según el jefe de enfermería, el hecho de profundizar en diálogos con los pacientes podía terminar alejándome de la realidad. Y para ser franco, al principio a mi también me parecieron descabelladas sus