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La equis bajo sus zapatos

Al finalizar su alegato, armado de retórica legal, encontró sus argumentos y dicción sumamente loables, estaba en el inicio de una buena racha. El camino había sido largo, cientos de horas, marañas de tesis y discursos, artefactos de tinta y papel vehículos de ideas y soliloquios atrapados entre fibras vegetales.  En su mente, junto a las suyas, estaban las ideas de Aristóteles, Cicerón, Coke, Bentham, Beccaria, Couture, Enterría… y bajo esa tutela académica internacional de muchos textos,  generó,  durante días soleados o grises y noches repletas de sombras que atestiguaban sus jornadas de estudio,  juicios rutilantes  que emanaban a capricho con el rítmo de su elocuencia .  Ahora, parado frente al juez, escuchando el ruido de sus zapatos de piel en un mecer casi imperceptible, mientras su inseguridad se asfixiaba con la confirmación del éxito luego de ganar su primer juicio, sonrió, recordó los momentos a solas con aquellos libros que a manos llenas le ofrecieron conocimiento, el

El camino al progreso

Todos estaban fascinados, se asomaban a la orilla cuando les era posible, quería cada uno, ser testigo de la construcción de lo que según los discursos, era el camino por el cual llegaría el progreso. Se invirtió una suma enorme, se pospuso construir una escuela, se sacrificó de momento el centro de salud y los trabajos de drenaje que la gente reclamaba hacía tiempo.  Flavio el sastre, Zoila la costurera, Mario el agricultor y mucha gente más vino queriendo ser parte del acontecimiento. Cuando jóvenes, sus  papás les habían contado que un día llegaría,  también lo habían escuchado en la radio. En septiembre se inauguró, con bombos, platillos, cohetes de vara y una multitud que no cabía de contenta. El año siguiente, hubo que arreglarle el desagüe, el siguiente, se adicionaron fortificaciones para evitar derrumbes, el tercer año, se nivelaron varios tramos dañados por las copiosas lluvias y el uso, el cuarto año, se agregó un tramo nuevo. Los comerciantes, movían su mercancía más ráp

El brinco al Norte

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Tamaulipas está a miles de kilómetros de Guatemala, el viaje fue una combinación de un plan que funcionó y un puñado de buena suerte, quizá más suerte que otra cosa.  Habíamos pasado ya dos días esperando en una casa adentrada sobre un camino rural en alguna parte de Matamoros, secuestrados, aunque al inicio pensamos que nos reuniríamos con el grupo y que todo sería un viaje compartido, al llegar dejamos de ser viajeros y nos convertimos en rehenes con la obligación de pagar cinco mil dólares ($ 5,000) al otro lado de la frontera.     Los vecinos nos miraban con desagrado cada que nos asomábamos a la ventana, durante el día el calor era sofocante y en la madrugada el frío se colaba por toda la construcción. El coyote hablaba cada que podía sobre el viaje, se reunía en privado para convencer a cada uno de que viajar con dinero o joyas era peligroso, ofrecía además una balsa para los que no pudieran nadar, y a los que podían los asustaba con que el río estaba dragado, y que era insegur

México a lo largo

Decidí viajar, arriesgaríamos todo incluso la vida, con la esperanza de un futuro nuevo y oportunidades de las que solo se consiguen a miles de kilómetros. Ese día era la tercera reunión con doña Alba la coordinadora de viajes, estaba próxima la celebración de la Virgen de Guadalupe y para ese entonces si todo iba bien, estaríamos en el Distrito Federal. Nos pareció que la información dada  era suficiente para replicar el itinerario siguiendo una a una sus recomendaciones, pero solos, era más barato, el plan era más que suficiente, nos ahorraríamos $5,000 dólares.  Ya habíamos vendido todo, por la tarde nos entregarían la visa en la Embajada de México, no había sido fácil conseguir el visado.  Entramos temblando de frustración, finalmente nos dieron los pasaportes; la esperanza de que todo iba acorde al plan se mantenía a pesar de lo ocurrido, por la mañana habíamos sido estafados, los criminales ya figuraban en las noticias de la prensa, pagaban con cheques robados y al final,

El agua es lo de menos

En el pueblo escuché a varios vecinos hablando; fui como otras veces por un fresco de tamarindo, sombra de buganvilia y un poquito de agitar urbano, fui también a sentarme al parque a ver el tráfico y recordar como todo era antes, a pensar como ahora somos tantos y nos conocemos pocos. Ya muchos se dieron cuenta de lo de la sequía, conocen el problema, las causas y a los causantes. Pero como no se puede andar por allí lanzando voces discordes; todos sabiendo, hacen como que no saben, como que no pasa nada. Porque la gente esa, la causante, se irrita al escuchar críticas de “fulanos que no saben nada del progreso y de atrasados” que no saben que, el avance demanda un precio, que, según ellos, como ciudadanos debemos estar dispuestos a costear. Seguro pensarán: ¿Qué saben esos incultos, qué saben los de pueblo de manejes tan de élite difíciles de adivinar? Escuché que algunos curiosos subieron a las montañas para averiguar por qué la lluvia se está demorando, y encontraron los cerros

Retratos de Washington

Crónicas de Jornaleros Primera Parte las siluetas sombrías y llenas de grasa industrial alrededor de la mesa, teníamos rasgos raciales distintos, pero unas cuantas cosas en común; proveníamos de lugares a miles de kilómetros de allí, con una nueva rutina y mucho que aprender en ese mundo extraño. Doce horas después de iniciada la jornada, la energía de todos se había desvanecido al igual que la luz del día. Los rostros en claroscuro, mudos por minutos, mostraban ojos perdidos en la distancia, cada uno tenía una razón para estar allí esa noche, y esa razón, reclamaba atención, cada cual, en su pensamiento, se ausentaba hacia ella. -Let´s Go-, Gritó el contratista.  Los semblantes, en el ambiente nocturno, se iluminaron por sí solos como luciérnagas atrayendo pareja. Esa frase, en el momento preciso, significaba la aprobación del trabajo realizado ese día, además del comienzo del viaje de vuelta, el cual duraba más o menos cuarenta y cinco minutos. Había más de cinco nacion

El niño del cañaveral

Al final del cañaveral divisó un niño, al aproximarse notó que éste lloraba. La bruma matutina del valle, intermitentemente escondía siluetas vegetales, de los primeros rayos solares. -¿Por qué llorás?- le interrogó. -Es que no puedo ser quien quiero ser, nadie quiere que haga lo que me gusta, ni que me olvide de las cosas que me parecen menos interesantes, me gusta observarlo todo, dibujar cosas que no existen,  pero me obligan a aprender cosas aburridas, cosas que no me interesan… Quiero ser inventor. -Nunca dejés de observar, nunca dejés de hacer lo que querés, que nadie te obligue a dejar tus ilusiones, debés seguir tus sueños, hacer lo que te gusta… Es curioso, yo también quería ser inventor. El niño lloraba ahora más fuerte, y sin decir otra palabra corrió hacia el cañaveral, se internaba con velocidad entre los surcos de caña, llenos de hojas caídas y de insectos. Se preguntó hacia dónde iría, lo siguió, corría tras de él, y mientras más corría aquel parecía ganar más distancia