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La pócima, un cuento inconcluso…

Muchos tenían ya en su organismo parte de la amenaza, envuelta en un manto verde fluorescente que la ataba. Esto permitiría a sus cuerpos estudiarla y asimilarla, fortaleciéndoles para cuando otra de ellas les atacara.  El hechicero les había brindado una pócima a manera de favor para que sobrevivieran a la peste que castigaba a la comarca a cambio de unas monedas de oro. Hacía unos días, un mago lector de espejos llamado Diafanobi, les había compartido información de rumbos lejanos, sospechas de que aquel hechicero había liberado una oleada de amenazas, para ofrecer como falso bienhechor, la esperanza liberadora a cambio de unas piezas de valioso metal. Yaopin, el hechicero, cuyo rostro inexpresivo escondía su oscura maldad, traía a este lejano mundo un halo de esperanza al cual era imposible rehusarse, hasta los más testarudos doblegaban su voluntad ante la mortandad, a pesar de la desconfianza, veían en el brebaje, una salida a tan mortal embate. Quienes tomaran la pócima, debían de

La tristeza del diablo

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Estaba el diablo así de pintoresco como lo pintan,  en chancletas, mirando al horizonte con las manos en la quijada y los codos sobre el balcón, hallábase finalmente compadecido, tanto, que decidió tomar todo el oro.  Viendo a los habitantes de alguna época de aquella esfera mundana. Viendo como la codicia arrasaba con todo, con el afán de acaparar el deslumbrante metal.  Quizá le entretenía tanto el desbocado mundo, y encariñado con su juguete favorito temía perderlo. Este era su mundo, su reino, ¿y qué es un rey sin un reino sino un triste personaje?, o quizá en su podrida y oscura alma, una pavesa encendida de bondad hizo el viaje hasta su inflamable temperamento y consiguió que ardiera el fuego de la compasión. Y así al ver a su mascota favorita, el humano, jugando al poderoso, atentando contra su propia existencia, tomó una resolución.  Resolvió entonces tomar el oro, cuanto pudo encontrar, derritió todo y con un despliegue de poder sobrenatural, levantó la superficie de la tierra

El ronrón suicida

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Un día más es siempre un día menos,  ciegamente caminamos hacia caminos temidos, constantemente jugueteando con la vida y la muerte, despreciando a una y temiendo a las dos, pensó el ronrón, luego sorbió.  -Hubo una vez un ronrón insensato, cuyos hábitos suicidas le arrastraban hacia la tumba de manera prematura. Su corazón  amenizaba como bombo de banda su paso vacilante, mientras él, con su cuerpo adormecido y sus alas atrofiadas luchaba por conservar el equilibrio.  Al prieto ronrón Le gustaba lamer veneno, de a poquito, para morir lentamente, le hacía perder la razón, suficiente para alucinar  pero no para expirar de golpe; su muerte era lenta, un masoquismo  pausado, un habito oscuro que le llevaba a la muerte  en una procesión de culpa e insensatez. Adelantada, una carroza le esperaba aunque su cadencia fuera lenta, en medio de un juego macabro de autodestrucción. Arrastrando sus patas adormecidas, rallando el piso, lento y zigzagueante, su mover, era un arañar quedito, un ruido

Purgatorio, planeta Tierra

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El hallazgo A sus 65 años, jubilado, Raúl estaba incorporando a su vida un pasatiempo, así que se compró un detector de metales, radicaba en un complejo residencial en desarrollo, un terreno muy amplio, situado en las afueras de la ciudad, un espacio rural que con el tiempo habría de ser absorbido por la urbanización. La locación era un área boscosa, un bosque seco, poco tocado por la mano del hombre. Por las mañanas, se alejaba con sus perros y su detector; había durante un mes, colectado algunas monedas y objetos perdidos por los posibles compradores de lotes, llevados allí como clientes potenciales por los vendedores del proyecto inmobiliario. Pero ese día iba ser diferente.  El aparato se volvió ruidoso en señal de haber encontrado algo, Raúl se lanzó de inmediato hacia el lugar señalado por el dispositivo. Era un cilindro de metal cubierto  de óxido , aún así, su contenido estaba íntegro ; papeles enrollados uno sobre otro. El texto era enigmático. Horas más tarde, c olocó en el m

¡Mejor no hubieras estudiado nada...!

Recuerdo cuando te mandaron a estudiar a la capital, de cuando pocos iban de internados, eras la esperanza de tu familia, de brincar la escala convencional de siempre y destacar entre tu gente, tu papá  le contaba a todos, orgulloso de tus estudios, algunos le envidiaban, otros sin impresionarse tanto, igual le felicitaban por hacer el sacrificio de mandarte al pueblón.  Luego que llegaras de vuelta con diploma y todo, te dio por la política y después de aprender a escalar peldaños siendo un ejemplar achichincle, llegó tu nominación, y mareado por los vapores embriagantes del poder, empezaste tu vertiginosa caída en los drenajes del sistema. Hoy que fuimos a visitarte los amigos del barrio, llevábamos un entusiasmo de antaño, durante el recorrido hablamos de las hazañas de cuando éramos niños, pensamos ingenuamente que el antiguo vínculo de camaradería de aquel entonces te motivaría. Aquel nos va apoyar con eso de la liga deportiva, los patojos se pondrán contentos de que organicemo

El maleficio de la banda

     Llegó el candidato aparentando sencillez, sacudiendo de su chaqueta el polvo que levantó al aterrizar el helicóptero. Luego subió a la tarima y pronunció una ensarta de verdades, contrapuestas a muchas promesas.       Veía a la gente a los ojos, y ante su pobreza se identificaba, les tomaba de la mano, les abrazaba y vestía de inmediato los regalos de indumentaria que la gente le alcanzaba. No seré uno más, decía. Seré, si me lo permiten, uno de ustedes que luche hombro a hombro. Luego se fue; con el tiempo le colocaron la banda de autoridad. Y fue, como si esa maldita banda, tuviera en ella la ceguera de muchos, que antes que él la vistieron. Invadió su mente, una niebla de décadas que oscureció su poca razón y patriotismo.      Pero al mismo tiempo, gracias a la oscura magia de la banda presidencial, le llovían propuestas de negocios, iniciativas fructíferas, proyectos de primer mundo; la crema y nata de allá, le acogió en lo más íntimo de su círculo social. Y fue tornándose

La equis bajo sus zapatos

Al finalizar su alegato, armado de retórica legal, encontró sus argumentos y dicción sumamente loables, estaba en el inicio de una buena racha. El camino había sido largo, cientos de horas, marañas de tesis y discursos, artefactos de tinta y papel vehículos de ideas y soliloquios atrapados entre fibras vegetales.  En su mente, junto a las suyas, estaban las ideas de Aristóteles, Cicerón, Coke, Bentham, Beccaria, Couture, Enterría… y bajo esa tutela académica internacional de muchos textos,  generó,  durante días soleados o grises y noches repletas de sombras que atestiguaban sus jornadas de estudio,  juicios rutilantes  que emanaban a capricho con el rítmo de su elocuencia .  Ahora, parado frente al juez, escuchando el ruido de sus zapatos de piel en un mecer casi imperceptible, mientras su inseguridad se asfixiaba con la confirmación del éxito luego de ganar su primer juicio, sonrió, recordó los momentos a solas con aquellos libros que a manos llenas le ofrecieron conocimiento, el